Las olas del mar

Llevaba escrita la marca del mar.
Sus olas movía, la mar rebelde,                             
la mar que danza: sudor brisa
que caía en mi boca y la encontré
salada, herida, lo que lleva la ola:
amor,
         piel,
                silencio.
Praxis

La praxis plena hecha piel tuya,
desnuda sobre el horizonte blanco
que toca el vidrio de ésa,
la ventana empañada
y ciega
y opaca…

No me veo y te veo
vuelta girón rebelde,
dentro de mi sangre
robando del corazón
mi aire
y mi sexo
y mi amor…





El sueño de la muñeca


La muñeca sueña:
busca su cuerpo
entre las sombras
y los harapos.
Adivina la herida
dentro de sus manos:
corre la sangre
que por los hilos
camina y rehúye;
mano guía, dibuja
un cuerpo secreto
en el rostro de tela.
La muñeca abre el botón
y escapa su sueño párvulo:
en sus telas sucias sangra
alguna tela de algún telar.







La gota

Abriendo surcos de tierra
la gota cae,
     la gota merma y
          la recorre entre curvas
que palpo desnudas y tibias.

Su rumor apenas y
logra ensordecerme,
entre un silencio altivo,
vuelto cristal danzante,
dando pasos titubeantes;

llega a mi boca, desde
su cuerpo y la bebo,
a través de aquél
su sendero de pieles.

Nutre mi boca, la tierra,
sofoca sed de días
y después, la gota,
me ahoga.



A través del fuego…

A través del fuego, no se ve más
que un morir: agonía de la tierra.
Caras veo, hombres sin nombre,
hombres sin sombra, se aferran
al danzar de las llamas,
un vivir muerto, alzando sus brazos,
abrazando su fuego.
Tocar, como cuerpo de mujer,
tocar, queriendo sentirlo,
pretendiendo hurtarlo,
tocando la doble llama
cerca, cada vez más cerca,
hasta tener por rostro
el rostro ajeno.

Sus cuerpos son la boca
del fuego, son sus palabras,
sus suspiros y su alma.
Como muro de ecos, escucha
el rugir de las llamas
que sube por el aire y
en todo el cuerpo se posa.

La sombra del hombre se fuga,
se desvanece, no se acuna,
cede a la luz del fuego,
muere a los pies abrasados
y abraza a su hombre
cuyo nombre no recuerda.
Aire cenizo, se planta
a montón en la infértil tierra,
tumba oculta y oculta
la mano gris que entre
el humo desfallece.

El reloj

Me detengo y escucho: los relojes
de mi habitación dan un concierto.
Coinciden, sus segunderos coinciden.

 Me detengo y pienso,
Pero vuelvo a escuchar:
Se han desfasado.




El peine

Pregúntame cómo cayó
de tu mano a la mar,
de tus cabellos al arenal,
a un lado de las conchas
llegando a la altamar.

Con sus celos te lo arrebató,
peine fragante, empapado
de tu sudor o de la brisa
naufragante, que más bien
eran lágrimas y un ardor
de la bruma entre las aguas.

Movía más y más su cuerpo
de olas y de espuma blanca,
peinándose las aguas cual cabello,
imitando las tempestades de
tus pieles, tormenta donde
no bastaban los naufragios
ni las noches ni las lunas.

Blanca mar, mujer mía,
¡intenta ganar mi amor!
La tomo en brazos, y
a la orilla la llevo.
Le quito el peine, beso
sus labios y tú la acicalas.
Escapa de tu boca
un suspiro
dejo que duerma
y que dance
y con parsimonia
una vez más
te peinas.





Tortuga surrealista

Soñé un sueño sobre una tortuga blanca.
Sobre su lomo o espalda o lo que fuese
lleva una flor no marchita y marchita los labios.
Toqué a su puerta y me abrió desesperada:
“no entres”, me dijo amable mi amiga,

“pues llueve adentro y el paraguas salió volando”.

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