Sergio Isaac Martínez Valadez | INTERNACIONALISTA IBERO León





Introducción

Al hablar de un análisis desde las instituciones dogmáticas de poder no podemos poner un pie en el tema sin antes mencionar primero que el debate que nos lleva de poner posiciones ideológicas tan antagónicamente contrarias resulta extensa y dispendiosa. Las instituciones dogmáticas de poder, según la teoría de las instituciones de Reyes Salas, son aquellas que desde su concepción ideológica configuran y ordenan políticamente a una sociedad. Éstas pueden ser: socialistas, socialdemócratas, estado de bienestar, liberales y neoliberales[1]. Cada una de ellas, en su ideología, interpreta la realidad desde su trinchera, revelando así una lucha en pugna entre las mismas por cuál de todas ofrece una mejor organización para una sociedad. Ellas ofrecen, en su haber, una gama de posibilidades diversa, pero a su vez, distinta dependiendo de hacia cuál la sociedad pretende inclinarse. Uno de los puntos de partida que debemos de tomar en nuestro análisis es el comprender desde qué principios y/o valores cada una de dichas ideologías aquí presentadas toma como eje central su proyección política. Como bien sabemos, todo sistema político en sus instituciones dogmáticas de poder, prepondera desde su singular organización política, una inclinación hacia ciertos valores que al tomarlos como punto central de sus prácticas y al hacer éstos suyos promueve o condena necesariamente ciertas prácticas sociales. Esta promoción o condenación pueden darse, por ejemplo, a nivel económico, desde un total laissez-faire hasta un monopolio completo del Estado, por citar algunos. Las instituciones dogmáticas de poder, llevando a la praxis su médula ideológica, promueven configuraciones socio-políticas que van encaminadas a defender no sólo principios, sino también a preferir unos derechos[2] sobre otros, aun desestimando aquellos que no se ajustaran a la cosmovisión de su ideología.

Si nos basamos en la autoría de Reyes Salas sobre la estructura del orden político de acuerdo con el concepto de institución, para el entendimiento de un sistema político, necesitamos también a su vez entender su sistema jurídico que es el que “permite encontrarle un lugar al orden político en el conjunto de órdenes políticos en el mundo”[3]. Esto quiere decir que en un contexto ideal de las cosas, el sistema jurídico viene a dotar de estructura al sistema político. Éste se justifica racionalmente en aquél. Ulteriormente, siguiendo la clasificación de Reyes Salas continúan los regímenes[4] tanto jurídicos como políticos, y es en este punto en el que la estructuración de Reyes Salas se resquebraja bajo el peso de la praxis política mexicana: por ejemplo, la constante y repetida violación de la estructura jurídica con fines políticos. Y lo que es más deplorable, la utilización de la ley como instrumento de las élites políticas para despachar sus intereses de orden político y/o en algunos casos, privado. Dicho en otras palabras, el orden jurídico queda a disposición del orden político para llevar a cabo sus fines. Este tipo de perversiones las podemos encontrar sin importar qué instituciones dogmáticas de poder se lleven a cabo en México, pero definitivamente las hay algunas que facilitan más este tipo de prácticas que otras. Ese de mi opinión decir que aquéllas que permiten más este tipo de abusos son precisamente aquéllas que se encuentran en los polos de la gama de instituciones dogmáticas de poder: el socialismo y el neoliberalismo.

El socialismo y la socialdemocracia en México

México, en los albores del siglo XX conoció de primera mano el fenómeno de la Revolución liderado por los caudillos Obregón, Carranza, Villa, Zapata, etc. Esta Revolución, a diferencia de muchas otras, nació del pueblo y  no de la clase política. Esta revolución fue claramente de tintes de izquierda y elaboró lo que se conoció históricamente como la primera Constitución que asegurara la garantía de derechos sociales. En este sentido, la suprema ley mexicana es pionera, y esto debido a la profunda desigualdad económica y social en la que estaba inmersa la Nación en ese punto histórico. Massimo Modonesi en su libro “La Crisis histórica de la izquierda socialista mexicana” [5] nos habla del terrible fracaso que tuvo el socialismo como proyecto de nación en México, desde la Revolución hasta la caída del Muro de Berlín en 1989 (considerada la extinción del movimiento socialista Internacional). Este fracaso se dio, más que por defectos históricos, por el “sentido común conservador que recorría la sociedad negando la posibilidad de la trasformación radical”[6]. En otras palabras, la izquierda radical mexicana se “derechizó” y se volvió más conservadora de lo que una izquierda socialista efectiva representaba. Quizá esto tenga múltiples explicaciones como lo son la aparición del neoliberalismo que tanto prometió a la sociedad mexicana, que hasta incluso olvidó los principios revolucionarios en los que se cimentaba la propia Constitución; otra razón podría ser la inflexibilidad que tuvo el movimiento socialista para adaptarse a las necesidades de la gente, y es que para que un movimiento sea efectivo necesita del consenso del pueblo. Precisamente el movimiento socialista mexicano fue quien tuvo más probabilidades de movilizar a las masas, pero falló al momento de concretar sus dimensiones ante el pueblo (el PAN en ese momento representaba una opción de oposición más sólida). Actualmente seguimos viendo como las ideas socialistas (o de diferentes matices de izquierda) no ejercen un fuerte atractivo en un país donde la mitad de su población vive en situaciones de pobreza. Esto es aparentemente paradójico y denota una clara inmadurez política siendo evidente que las ideas de izquierda son las más impopulares en México aún a pesar de los supuestos reivindicatorios que suponen las ideas socialistas. El socialismo parte del principio de la igualdad, colocándolo en primer lugar por sobre todos los demás principios. Pero el pueblo mexicano no exige igualdad. Quizá esto con la esperanza de ser algún día ellos los que se sitúen en las altas esferas del poder, pudiendo ser ahora ellos los que se aprovechen de una situación privilegiada. Los movimientos de choque que vemos hoy actualmente[7] no surgen precisamente del pueblo común, de la media, sino de grupos de personas aislados que exigen reconocimiento como parte dinámica de la sociedad. Un socialismo, para que sea efectivo en sus principios debe nacer del pueblo, de la indignación profunda del pueblo, pero para ello (como decía Marx) debe de existir una conciencia de clase indignada, lo cual en México, por factores culturales y sociales, es francamente difícil. El acaparamiento de las instituciones de poder por parte del Estado bien podría traer un serio debilitamiento del Estado de Derecho. En este sentido, la socialdemocracia respeta el principio político democrático, pero no garantiza la seguridad individual ni la libertad económica de los ciudadanos.

El Neoliberalismo en México

Anteriormente mencioné que las instituciones dogmáticas de poder que permitían más un abuso, y no sólo de la estructura jurídica, sino también de todo el aparato estatal para asuntos de interés político y/o personal eran las instituciones dogmáticas de poder más radicales: socialismo y neoliberalismo. Y esto es por lo siguiente: en el socialismo, en primer lugar, se comprende como una subordinación de los intereses del individuo a los intereses del Estado (como garante del comunismo), y por consecuencia, no existe la garantía efectiva de los derechos individuales, lo que habilita fácilmente a quien detenta el poder para cometer abusos utilizando el aparato estatal bajo supuestos políticos y/o individualistas; y en segundo lugar, trunca y merma los derechos civiles y políticos de las personas al no aceptar pluralismos[8] políticos/ideológicos.

Por otro lado, la postura neoliberalista defiende la doctrina del Estado mínimo, lo que significa limitar al Estado en sus funciones: dejar que los individuos se realicen por sus propios medios en una competencia “justa”. Pero es aquí donde la figura del Estado se ve empequeñecida a favor de los intereses de una minoría de élite. Como consecuencia de esto, podemos evidencia que el Estado no se inclina por la justicia social, sino por los intereses del individuo, desdeñando las preocupaciones de la clase trabajadora. A este modelo le podríamos hacer las siguientes observaciones: Primero, la subordinación del Estado al laissez-faire, y esto, en amplios términos resulta en una incapacidad de la mano invisible para regular los mercados[9]; segundo, acrecienta las desigualdades sociales debido a políticas fiscales que benefician al sector empresarial, lo que lo convierte en un modelo excluyente[10]; tercero, el modelo neoliberal post-fordista propicia la producción en masa (fuera de los estándares ecológicos) y la recepción de mano de obra barata en las fábricas por lo que el asalariado recibe una paga mínima muchas veces en condiciones de alto riesgo; cuarto, la preferencia hacia los conglomerados de capital como lo son los bancos como bien lo pudimos apreciar en el FOBAPROA, donde en vez de rescatar a las familias de la crisis, se favoreció a los banqueros quienes habían mal invertido los fondos, inyectándoles a los bancos grandes sumas de capital y haciendo la deuda de los bancos una deuda pública. Quizá el gran logro del neoliberalismo fue la presión que hicieron los grandes empresarios al exigir al gobierno mejores análisis estadísticos a la hora de aplicar políticas públicas fiscales y presupuestales, evitando así que los gobiernos se extralimitaran en sus funciones económicas, como lo fue, por ejemplo, la exagerada impresión de papel moneda para costear los gastos del gobierno.

El liberalismo, el estado de bienestar y propuestas

El paradigma del liberalismo es un caso bien distinto de su corriente extremista. Desde el nacimiento del liberalismo, y por primera vez en la historia se consideraba la posibilidad de que el individuo estuviera dotado de derechos inalienables que suponían una limitación del Estado frente a la actividad de los individuos o lo que se conoció como el Estado negativo: un Estado que no interfiriera con la vida de los individuos[11] y los dejara hacer y dejara pasar[12] y se desarrollaron los pilares democráticos de la soberanía popular[13] donde al poder se le daba una justificación racional[14]. Así fue como se comenzaron a cimentar los principios de los derechos humanos como herramienta del individuo para controlar el poder del Estado. De esta forma entonces que se concibieron vertientes de los derechos humanos tales como la libertad personal, la libertad civil, la libertad social, la libertad económica, etc.[15] Los derechos humanos son hoy por hoy pilar medular de todo sistema político y jurídico así como lo concebía la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano en su artículo 16:

“Toda sociedad en la cual no esté establecida la garantía de derechos, ni determinada la separación de poderes, carece de Constitución”

Y si carece de Constitución, carecerá obligadamente de marco jurídico que le la dote de una cohesión efectiva para la aplicación del Derecho. Pero, por otro lado, el paradigma liberal prepondera el hecho de que el Estado se mantenga al margen de los individuos; que sean los individuos que busquen su propio bien por sus propios medios. El problema que radica en dicha concepción es lo que se ha hecho la crítica central al liberalismo: no todos los hombres parten del mismo punto ni tienen las mismas oportunidades de auto-realización que alguien que, por ejemplo, se mueve en las altas clases de la sociedad. El presupuesto liberal no da cabida siempre a aquellos que se desarrollan en los bajos estratos de la sociedad. Y es a partir de este punto, y por tanto, que desde este punto comenzaré con mi propuesta para el caso mexicano.
            
Mi propuesta para el caso mexicano se perfila hacia un Estado de Bienestar, pero para llegar a ese punto, y para que no suponga un exabrupto en la dinámica social mexicana es necesario llevar a cabo, como medida transitoria, un liberalismo social que vaya encaminado a reforzar la doctrina de los derechos y libertades humanos, lo que se traduciría en una reforma al sistema de justicia mexicano[16]. Este liberalismo social llevaría a fortalecer las instituciones del Estado partiendo desde una reeducación más humanista (tomando en cuenta los núcleos del liberalismo, pero sin dejar de lado el aspecto social), y llevando a cabo políticas públicas que aumenten la conciencia ciudadana. Este liberalismo social está proyectado para que el Estado se reeduque en cuestiones tanto de derechos humanos como de necesidades sociales (más específicamente de las económicas), para posteriormente transitar a un Estado de Bienestar que asegure que todos sus ciudadanos gocen de las oportunidades y condiciones mínimas para auto-realizarse. En la actualidad México no cuenta con la infraestructura pública para desempeñarse como un Estado de Bienestar, es por ello que esta transición podría servir no sólo para reeducar, sino también para entender objetivamente las necesidades de la población. Un desarrollo encaminado a políticas públicas y fiscales que promuevan el crecimiento económico de las familias permitiría soportar el gran gasto público que generan los Estados de Bienestar.

Para finalizar, puedo hacer tras últimas sugerencias para asegurar un buen Estado de Bienestar:

La implementación de Tribunales Constitucionales que ejecuten las funciones de legislador negativo: esto quiere decir que tengan la capacidad de derogar aquellas leyes que vayan en contra de los principios estipulados en la Constitución y los Tratados Internacionales. Esta medida fortalecería la protección del individuo frente a los abusos del Estado.

Un Estado más activo que sólo positivo: si bien el Estado tiene cierto grado de intervención en los asuntos de orden público, es necesario que lo haga de manera activa y eficiente y no estorbosa o burocrática.

Un equilibrio entre las fuerzas económicas y políticas: que ni los unos superen a los otros ni viceversa.

BIBLIOGRAFÍA

DE VEGA, PEDRO, “La reforma Constitucional y la problemática del Poder Constituyente”. Editorial Tecnos. 2011. México.
MACRIDIS ROY C. “Las ideologías políticas contemporáneas”. Alianza Editorial. 1996. España.
MODONESI MASSIMO; “La Crisis histórica de la izquierda socialista mexicana”. Casa Juan Pablos Universidad de la Ciudad de México. 2003. México.
NAVARRO, VINCEC. “Neoliberalismo y Estado de Bienestar”. Ariel Sociedad Económica. 3ra Edición. 2000. España
REYES SALAS, GONZALO. Sistemas Políticos Contemporáneos. Universidad Nacional Autónoma de México. 1999.  México.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

JESSOP, BOB. “Crisis del Estado de Bienestar”. Siglo del Hombre Editores. 1999. Colombia.




[1] REYES SALAS, GONZALO. Sistemas Políticos Contemporáneos. Universidad Nacional Autónoma de México. México. 1999. Pág. 72.
[2] Entendidos como derechos humanos.
[3] Ibídem.
[4] “Se refieren a la forma concreta en que las instituciones jurídicas y políticas se relacionan en una sociedad determinada”. Op Cit. 74.
[5] MODONESI MASSIMO; “La Crisis histórica de la izquierda socialista mexicana”. Casa Juan Pablos Universidad de la Ciudad de México. 2003. México.
[6] Op. Cit. Pág. 64.
[7] Como los grupos de autodefensa en los Estados sureños; los movimientos de resistencia de Chiapas; los movimientos de jornaleros en defensa de la tierra y en defensa de la seguridad (Michoacán), etc.
[8] Uno de los puntos de la Formulación Clásica de Pericles de la democracia. MACRIDIS ROY C. “Las ideologías políticas contemporáneas”. Alianza Editorial. 1996. España. Pág. 37.
[9] Crítica de Vicenç Navarro hacia el neoliberalismo en su libro “Neoliberalismo y Estado del Bienestar”.
[10] Navarro V., Op. Cit. Pág. 77
[11] Núcleo moral del liberalismo: el individualismo.

[12] Laissez-faire laissez passer. Vincent de Gournay. Fisiócrata del siglo XVIII.

[13] Jean-Jacques Rousseau. “El Contrato Social”. 1762.
[14] DE VEGA, PEDRO, “La reforma Constitucional y la problemática del Poder Constituyente”. Editorial Tecnos. 2011. México. Pág. 15.
[15] Macridis. Op. Cit. Págs. 43-51.
[16] Muchas veces objeto de desconfianzas y reticencias.