La voz del articulista

En este mundo, rodeado de una eterna obscuridad
Era fatal; La esperanza había plegado sus alas;
En lugar de unidad, todo era yugo y divorcio;
Diversidad de ciudades, de lengua, razón y código; […]
Los humanos se arrastraban cargando con la ignorancia
Y los vicios; los prejuicios reinaban por todas partes; […]
Los reyes eran las torres, los dioses eran los muros  […]
Si uno quería creer se encontraba la barrera  […]
Y, en cuanto al porvenir, prohibido pensar en él.
Víctor Hugo, La leyenda de los siglos.




A lo largo de la historia han emergido una serie de ideas utópicas en busca de la unidad de la especie humana. Sin embargo hoy en día dominan las visiones apocalípticas, originadas de la decepción de que a pesar de la conectividad que permite la globalización, esta no nos ha vinculado realmente con la otredad[2], la cual continúa representando una amenaza que se evita por medio de barreras tanto físicas como mentales, que en la actualidad se han convertido en un foco de atención.      

La búsqueda de unidad humana adquirió forma a partir del renacimiento. Es entonces cuando grandes pensadores como Adam Smith (con la idea de la armoniosa división del trabajo), Kant (y su visión cosmopolita), entre otros han edificado este objetivo. No obstante, también cabe destacar la participación de grandes escritores, quienes tuvieron un impacto tal, que llevaron a otro plano las aspiraciones colectivas, al plasmar escenarios en donde el desarrollo tecnológico y en comunicaciones acercarían lugares lejanos y permitirían la comunicación entre diversas sociedades, logrando así el diálogo y la coexistencia pacífica. De esta forma, algunos autores como Julio Verne, llegaron a seducir a sus lectores e incentivaron la construcción de máquinas increíbles que hoy en día son una realidad cotidiana.

Sin embargo, conforme se materializaron estas invenciones, no venían acompañadas de una mejoría en la relación con los otros. Especialmente a raíz de la gran cantidad de conflictos emergidos en el siglo XX, así como la magnitud de destrucción nunca antes vista, la desesperanza se convirtió en un sentimiento colectivo que se incrementó con la llegada de la globalización, que si bien ha permitido niveles de comunicación y desplazamiento increíbles, no ha sido testigo aún de una verdadera unión. Ciertamente se ha buscado el acercamiento, sin embargo este se ha visto impulsado por intereses económicos, más no culturales o humanos y debido a ello, la calidad de vida se ha visto mermada, a la vez que las ideologías xenófobas han comenzado a adquirir nuevamente gran fuerza.

Al estudiar y analizar estos problemas, podemos identificar una serie de factores relacionados a tales problemáticas, pero en el fondo al ser una complicación que aún no se ha solucionado, puede que se deba a que reside en un elemento muy simple y potente, una emoción: el miedo que evoca en nosotros lo desconocido. La incertidumbre sobre cómo piensa o actúa la otredad nos conduce a la búsqueda de control, imponiendo nuestra cosmovisión, por ello no es de sorprender el predominio de una perspectiva etnocentrista, ya que “la diferencia al margen del sistema aterroriza porque sugiere la verdad del sistema, su relatividad, su fragilidad, su fenecimiento.”[3] Por esta razón, cualquiera que sea el régimen imperante, procurará que no se trastoque su cultura por parte de ideas externas, evitando así las mezclas o hibridaciones culturales que alteren su mundo.

Desafortunadamente, mantener dicha estabilidad se ha logrado por medio del establecimiento de fronteras, que a su vez, generan distancias no sólo físicas, sino también mentales. Así se difumina lo real de lo imaginario y se edifican estereotipos y prejuicios respecto a la otredad, que desde hace tiempo, han sido reproducidos innumerables veces a través de los medios de comunicación. Estos últimos, se han colocado como soportes de evidencia histórica y han colaborado a la construcción de la opinión pública, mientras que por otra parte, también han significado “un peligro como es el desgaste emocional de los propios contenidos de la imaginación. La reiteración expositiva de unos determinados acontecimientos por muy importantes que sean, puede llegar a hacer que el espectador los considere como un hecho cotidiano, se familiarice con ellos y pierda interés.”[4]

Todo esto, ha ensimismado a las personas y propiciado su pérdida de sensibilidad ante el sufrimiento del otro debido a la cantidad de violencia a la que se ven expuestos, situación que ha sido aprovechada por diversos grupos para establecer marcos de guerra que colocan al otro como un bárbaro y así justifican sus acciones. Posicionar a la otredad como enemigo es sencillo, ya que los individuos al estar tan inmersos en ellos mismos y ser tan vulnerables a los mass media, les hace incapaces de desarrollar una opinión crítica e informada, por lo cual es sencillo movilizarlos apelando a sus creencias y sentimientos.
Una de las mayores estrategias para ello es el luto, especialmente en la sociedad hedonista, pues tal noción de perdida se funde con el discurso de la inseguridad y provoca que los individuos busquen una satisfacción inmediata a su angustia, la cual se conduce con la construcción institucional del enemigo y la noción de que debe hacerse justicia de cualquier forma y rápidamente. Por ello, no es de extrañar la facilidad con la que se asocia este comportamiento con “la paranoia infinita que imagina la guerra contra el terrorismo como una guerra sin fin se justifica incesantemente en relación con la infinitud espectral de su enemigo”[5]

Entonces cabe preguntarse ¿cómo mostrar que la otredad a pesar de ser diferente, posee la misma relevancia que nosotros? La respuesta desde mi perspectiva, se encuentra en la imaginación. Esta permite crear nuevos, mejores y atractivos mundos, los cuales a su vez pueden presentarse por medio de la alternativa artística tal como lo han hecho grandes escritores a través de la historia.

La literatura (especialmente en tiempos recientes donde la violencia se ha recrudecido notablemente) busca hacer eco de nuestra naturaleza y recordarnos que no es normal ser insensible y que si bien somos individuos, siempre necesitaremos del otro.

Pocas cosas tienen “la capacidad de hablar de nuestra propia historia como si fuera la de otros y la de otros como si fuera la nuestra.”[6] Por ello, la obra literaria de los autores fronterizos en especial, es clave para hablar sobre estos temas desde una perspectiva actual y visionaria. Ellos lejos de arrojar cifras de muertos por bombardeos, desplazados, o desaparecidos (que hace mucho que han dejado de impresionar a la mayoría de la gente, a pesar de que cada vez son más alarmantes) llegan al lector de otra forma. Esto lo logran al narrar escenarios que pudieron haber pasado, que de hecho lo hicieron o que hubiera sido deseable que ocurriera para aquellos que no tienen voz ni rostro, pues solo son una cifra más. De esta forma logran un vínculo con el lector, que se involucra emocionalmente con la situación, lo que le permite abrirse a un panorama completo, más allá de los diversos marcos de guerra que le han sido impuestos.

Así, los escritores fronterizos (entre los que se puede mencionar Kenzaburo Oé, Amin Maalouf, J. M Coetze o Ryszard Kapuscinski, por citar algunos), tienen el poder de actuar como agentes de cambio, pues permiten encontrar afinidades y divergencias con los otros. Esto es posible, ya que en su calidad de migrantes, asimilaron una cultura, teniendo así una oportunidad, mediante la cual “servirán de enlace entre diversas comunidades y culturas y en cierto modo serán el aglutinante de las sociedades en las que viven.”[7] No obstante es menester recordar que esto es posible únicamente cuando son capaces de asumir la riqueza de la diversidad de su identidad (ya que se componen de un gran bagaje cultural que han ido asimilando). De lo contrario, se estaría promocionando a una serie de personas que creen erróneamente, en la esencia única de la identidad y por lo tanto, son propensos a desarrollar identidades que alienten discursos de odio.

Por lo tanto, puede decirse que si bien, en la actualidad las perspectivas a futuro son obscuras debido a que en estos momentos de gran conectividad, la posibilidad de coexistencia o diálogo con la otredad parecen más lejanos que nunca. Sin embargo aún hay esperanza.

Podemos anclarnos a los escritores fronterizos no sólo para resensibilizarnos, procurando la empatía y así concientizarnos, sino también para tratar de edificar una utopía nueva. Si Julio Verne demostró el poder de la literatura para seducir a una sociedad a tal punto de buscar reproducir sus escenarios, de igual forma un panorama atractivo brotado de la imaginación de un autor fronterizo con una visión amplia y experiencia, puede incitarnos a valorizar las diferencias que poseemos.

Según Todorov, “lo universal es el horizonte de armonía entre dos particulares; quizá jamás se llegue a él, pero sigue existiendo la necesidad de postularlo, para hacer inteligibles los particulares existentes”[8]. Por eso, puede decirse que gracias a los escenarios utópicos en la literatura, podemos soñar con un mundo respetuoso y gustoso por la pluralidad y posteriormente, tratar de alcanzarlo. Aunque no podamos igualar dicho panorama, bien podemos acercarnos, lo que implica por ende, un esfuerzo por comprender a los otros y tratar de reconocerlos en nosotros mismos, mejorando así la condición humana.

Bibliografía
 Attali, Jacques. Breve historia del futuro, Paidós, España, 2007, 446 pp.  
Butler, Judith, Marcos de Guerra, las vidas lloradas, Paidós, México, 2010, pp. 95-144. Butler, Judith. Vida precaria, Violencia, duelo, política, en El poder del duelo y la violencia, Paidós, México, 2007, pp. 45-72.   
Girard, Rene. El chivo expiatorio, Anagrama, 1986, pp. 21-34.
Gubern, Román. Cultura popular y cultura de masas en Medios icónicos de masas, Historia 16, España, 1997, pp. 21-25.
Goytisolo, Juan. Diálogos sin fronteras, KRTU, Barcelona, 2007, pp. 32-31.
Lipovetzky, Guilles. La era del vacío, Anagrama, Barcelona, 2010, 220 pp.
Maalouf, Amin. Identidades asesinas, Alianza, España, 2009, pp. 9-59.
Mattelart, Armand. Historia de la utopía planetaria, Paidós, España, 2000, 446 pp.
Pamuk, Orhan. La maleta de mi padre, Mondadori, Barcelona, 2007,pp.11-44
Todorov, Tzvetan. Nosotros y los otros, Siglo Veintiuno, México, 2010, pp. 21-32.
Todorov, Tzvetan. El miedo a los barbaros, Galaxia Gutenberg, España, 2008, pp.29-51. 
Sontang, Susan. Ante la tortura de los demás en Al mismo tiempo, Ensayos y conferencias,
Mondadori, Barcelona, 2007, pp. 139-153.
Wolfe, Tom. El nuevo periodismo, Anagrama, Barcelona, 2012, 9-37.




[1] Estudiante de la carrera de Relaciones Internacionales, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México. 
[2] Entendido según la visión de Tzvetan Todorov, como aquel que es diferente. Generalmente se le relaciona con el extranjero, el cual se considera como bárbaro, ya que no coparte nuestra visión del mundo, ni las normas que nos rigen, motivo por lo cual se le considera mayoritariamente como inferior.   
[3] Rene Girard, El chivo expiatorio, Anagrama, 1986, pp. 33.
[4] Ángel Luis Hueso, El cine y el siglo XX, Ariel, Barcelona, pp. 17.
[5] Judith Butler, Vida precaria, Violencia, duelo, política, en El poder del duelo y la violencia, Paidós, México, pp. 60.   
[6] Orhan Pamuk, La maleta de mi padre, Mondadori, Barcelona, 2007, pp. 22.
[7] Amin Maalouf, Identidades asesinas, Alianza, España, 2009, pp. 49.
[8] Tzvetan Todorov, Nosotros y los otros, Siglo Veintiuno, México, 2010, pp.32.